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Al cumplirse 150 años de la muerte de Mariquita
Sánchez el autor ensaya en esta nota un extenso y documentado obituario.
Mariquita
Sánchez merece un recuerdo cuando conmemoramos el 150 aniversario de su muerte,
un 23 de octubre de 1868. Como alguna vez lo comentamos, su vida atraviesa más
de seis décadas de la historia nacional, en las que no fue una mera espectadora
sino una real protagonista. Desde aquel pleito para casarse con Martín Thompson
en 1805 hasta sus últimos años, cuando ella presidía la Sociedad de
Beneficencia (1865-67) mientras la guerra de la Triple Alianza continuaba en
los esteros paraguayos, el cólera había asolado Buenos Aires y diez días antes
de su muerte asumía la presidencia Domingo Faustino Sarmiento. Fue, como bien
la llama María Sáenz Quesada en la biografía que le dedicó, “la memoria viva de
la Patria”.
Es interesante el testimonio de
quienes la conocieron. Guillermo Parish Robertson la describió así: “Y ¿qué
decir de mi querida amiga (ay, ahora debiera decir vieja amiga) doña Mariquita
Thompson... Era porteña de nacimiento y lo mismo puedo decir del señor
Thompson, si bien éste último descendía de familia inglesa. Doña Mariquita era
viuda, joven y hermosa, alegre y seductora, cuando tuve el honor de conocerla
en 1817”.
En realidad en ese momento no era viuda, desde 1918 su marido
se desempeñaba como agente diplomático de las Provincias Unidas del Río de la
Plata ante el gobierno de los Estados Unidos. Y murió en alta mar también un 23
de octubre pero de 1819.
Prosigue Robertson: “Ahora es doña
Mariquita Sánchez de Mendeville porque casó con el ex cónsul general de Francia
en Buenos Aires, cumplido oficial que estuvo al mando de Bonaparte. Casada doña
Mariquita con el cónsul general de Francia, puede inferirse que ejercía gran
influencia y gobierno en el elemento extranjero, y seguro estoy de que Lord
Palmerston, con su reconocido tacto, su talento y savoir faire no ha puesto en
los negocios de Downing Street más destreza y lucimiento que doña Mariquita con
su diplomacia femenina en aquella espléndida mansión de la calle del
Empedrado”.
Esta calle cambió su nombre -que aún conserva- en
1821 por el combate de la Florida, y la casa tenía entrada por ésta y se
extendía por Sarmiento, con otro acceso por la calle San Martín. Digamos
también que cuando Mariquita se casó con Mendeville, éste no desempeñaba cargo
diplomático alguno sino que era profesor de música.
Robertson, habituado al trato de las
cortes europeas, trata así su sociabilidad: “Desempeñábase -llegado el caso-
con la soltura y sencillez de una condesa inglesa, con el ingenio y la
vivacidad de una marquesa de Francia, o la gracia elegante de una patricia
porteña, a punto que cada uno de estos países la hubiera reclamado para si, tal
era el arte exquisito que ponía para identificarse de momento, con la nación de
sus visitantes. Doña Mariquita tenía tres o cuatro lindas hijas que empezaban a
florecer en el tiempo aquel y se casaron y al presente podrán ser abuelas”.
Efectivamente de su matrimonio con Thompson nacieron
Clementina (1807), que casó con Eduardo Loreihle; Magdalena (1811), que casó
con el francés Juan Chiron de Brossay; Florencia (1812-1902), que casó con José
Faustino de Lezica; y Albina Dolores (1815), que se unió al barcelonés Antonio
Tressera Barreiro. De todos los matrimonios hubo descendencia, o sea que
Mariquita disfrutó de sus nietos, pero especialmente de los Lezica, los más
cercanos por su residencia en Buenos Aires.
También con Thompson tuvo un hijo
varón, Juan (1809-1873). De su matrimonio con Mendeville nacieron Julio Rufino
(1820), que casó con Carolina Trápani; y Carlos Clemente (1824), que lo hizo
con Elisa Alessandri y Enrique (1825).
El naturalista francés Alcides D'Orbigny, que visitó en
febrero de 1826 la ciudad de Buenos Aires, recuerda que hizo “varias visitas
para entregar sendas cartas de recomendación. La acogida que se me dispensó en
la casa de Mendeville fue de las más amables y se tuvo a bien hacerme conocer a
las personas más recomendables de la ciudad y del país”.
A su vez el viajero Arséne Isabelle,
que llegó en 1830, escribió en su cuaderno de notas que vio desde el barco “una
linda casa llamada castillo por los franceses de Buenos Aires, (que) estaba
ocupada por nuestro ex cónsul, el señor Mendeville”, donde ondeaba el pabellón
tricolor de su país, aunque no tuvo los mejores recuerdos de aquel funcionario
“de triste memoria”.
Nos
referimos en otra nota a la mesa magníficamente puesta en honor del almirante
Guillermo Brown, por su triunfo en el combate de los Pozos. Sin embargo, el
casamiento con Mendeville que terminó en la separación, episodio sobre el cuál
hay una carta a Juan Bautista Alberdi; nos la había afrancesado a Mariquita
para las viejas criollas, al extremo que Lucio V. Mansilla pone en boca de su
abuela, doña Agustina López de Ortiz de Rozas, este comentario: “Déjame de
comer en casa de Marica (así la llamaba) que allí todo se vuelven tapas
lustrosas y cuatro papas a la inglesa, siendo lo único abundante su amabilidad.
La quiero mucho, pero más quiero el estómago de Rozas”.
Preocupada por la patria, a través de
la Sociedad de Beneficencia de la que fue fundadora por la educación de los
niños, también en remotos parajes, por la salud pública, por los jóvenes cuyas
aspiraciones alentó como en el caso de Juan María Gutiérrez, Alberdi y Esteban
Echeverría, en tiempos en que tanto se habla del papel de la mujer, ella fue un
acabado exponente del rol que fue capaz de protagonizar en su tiempo.
Muchas de sus realizaciones -algunas de avanzada para la
época- fueron motivo de comentarios en La Gaceta Mercantil, y por eso se la
recuerda con estas líneas, porque podemos reiterar una vez más que “es la
memoria viva de la Patria”.
Por Roberto Elissalde
* Historiador. Miembro de
número y vicepresidente de la Academia Argentina de Artes y Ciencias de la
Comunicación
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